Posted in by in Humanidades Digitales, Libro CSHD.

El presente texto corresponde a uno de los prólogos, escrito por Nuria Rodríguez Ortega (Universidad de Málaga; vicepresidenta de la Sociedad Internacional de Humanidades Digitales Hispánicas), al libro Ciencias Sociales y Humanidades Digitales, publicado en 2014. 

Pese a que el uso del sintagma Digital Humanities cuenta ya con una larga trayectoria, ha sido en los últimos años cuando este ha experimentado una auténtica eclosión; una eclosión global, que ha estado unida a la emergencia de una miríada de grupos, asociaciones, proyectos e iniciativas, de amplísima distribución territorial, que se amparan bajo esta etiqueta. España no ha sido una excepción; la Sociedad Internacional de Humanidades Digitales Hispánicas (HDH), constituida en agosto de 2012,  es la respuesta, en primer lugar, a una necesidad de legitimación institucional;  y en segundo lugar, a un deseo de acordamiento con lo que acontece en el escenario internacional.  

Esta eclosión ha tenido importantes aspectos positivos, como la repentina visibilidad de una serie de trabajos y de investigadores dedicados a explorar las posibilidades heurísticas de la convergencia entre el medio digital, la computación y el conocimiento humanístico.  Pero también, como todas las revoluciones inesperadas, ha tenido y tiene sus espacios de sombra.  A mi modo de ver, una de estas sombras concierne a la propia significación que hoy se le confiere a esto que llamamos Humanidades Digitales, pues, si bien una cierta ambigüedad siempre es interesante –intelectualmente hablando- porque permite un margen de libertad para la fusión de ideas, un exceso de indefinición nos puede llevar por los derroteros de la confusión y el desconcierto.

Es por este motivo que un libro como el que nos proponen Esteban Romero y María Sánchez, consagrado a abordar, en castellano, el complejo fenómeno de las Humanidades Digitales desde diferentes vertientes y congregando una multiplicidad de puntos de vista, resulta de un interés inusitado.

En el contexto de este prólogo, me gustaría realizar una brevísima contribución a esta propuesta, no tanto con la intención de aportar luz al significado de las  Humanidades Digitales, sino, más bien, para alentar una reflexión sobre sus propias contradicciones y conflictos, por si esta visión preliminar pudiera abrir nuevos enfoques a la lectura de los capítulos que siguen a continuación. 

El uso indiscriminado de la etiqueta ‘Humanidades Digitales’ para denominar cualquier práctica, iniciativa o proyecto de las disciplinas humanístico-sociales que utilice recursos digitales o tecnologías informáticas me resulta sintomático de una realidad de facto, reconocida por casi todos: en la sociedad del siglo XXI no es posible ya el desarrollo de conocimiento sin contar de algún modo con el factor digital. Por tanto, todo parece susceptible de ser adjetivado como ‘digital’. Si a esto le unimos que la sugerencia de modernidad tecnológica que evocan las Humanidades Digitales las ha puesto de moda,  tenemos los ingredientes suficientes para que cada vez cosas más diversas y variopintas sean consideradas como tales. Es la extensión de este uso acrítico lo que me impele a establecer una primera precisión, a fin de evitar que en nuestra conciencia colectiva se instale un cierto sentido laxo que acabe convirtiendo la etiqueta en una redundancia –por tanto prescindible- de nuestro mundo contemporáneo.

Contrariamente a lo que una aproximación superficial pudiera hacer pensar, las Humanidades Digitales van más allá de la aplicación y uso de una serie de tecnologías, recursos y sistemas digitales. Lo que define, pues, las Humanidades Digitales frente al conjunto de disciplinas humanísticas que ‘utilizan’ herramientas tecnológicas es la búsqueda de nuevos modelos interpretativos, nuevos paradigmas disruptivos en la compresión de la cultura y del mundo. Corolario lógico: las Humanidades Digitales no implican hacer cosas de modo distinto con la asistencia de la tecnología, sino ‘pensar’ el mundo de manera diferente a través de las especificidades que definen el medio digital y el pensamiento computacional. Quedarnos en lo primero supondría estar avanzando hacia una tecnologización de las Humanidades, lo cual se encuentra en el polo inverso de lo que, según mi punto de vista, constituye su fundamento real y su relevancia como agente de transformación sociocultural y política: la inclusión crítica del pensamiento humanista en la construcción tecnológica y digital de nuestro mundo. Por tanto, el compromiso de las Humanidades Digitales y, por ende, del humanista digital no se establece con el desarrollo tecnológico, sino con el Hombre, materializando así una vuelta a la esencia del Humanismo.

Las Humanidades Digitales se definen también por formar parte de un espíritu de época –de nuestra  época-, que toma consciencia plena del radical proceso de transformación cultural, social y epistemológica en el que nos encontramos; y por interiorizar una actitud que asume como irremediable el resquebrajamiento de los modos que hasta ahora habían primado en los procesos de acceso, producción y distribución del conocimiento. Así, las Humanidades Digitales apuestan decididamente por la hibridación, los saberes múltiples, el conocimiento abierto y compartido, la convergencia de los entornos formales e informales, el pensamiento transdisciplinar, la transmedialidad, la cros-culturalidad, la colaboración en los  márgenes disciplinares, la experimentación creativa, el riesgo del error…  Una concepción que entra en contradicción con la constitución y funcionamiento de nuestro sistema académico contemporáneo.  En consecuencia, las Humanidades Digitales, que nacen precisamente en un contexto académico, llevan en sí el germen de su propia contradicción, al participar en la elaboración de un pensamiento y de una actitud que son por naturaleza anti-académicos. Esta circunstancia provoca una tensión no resuelta, que convierte al humanista digital en un equilibrista que trata de vivir al mismo tiempo en dos mundos que se rigen por lógicas de funcionamiento distintas.  Por otra parte, la creciente institucionalización de las Humanidades Digitales, si bien necesaria para su legitimación y visibilidad, puede acabar provocando un nuevo academicismo en su seno, que al final subvierta el espíritu que las anima.  Quizá, la única solución posible sea esta que tomo de Fernando Marías: “… mirar con ojos nuevos, con todo el riesgo que ello pueda suponer, casi funambulismo sin la red del grupo de autoridad, la realidad que en cada momento y a cada generación se nos presenta” (Marías Franco, 2013). Esto es: asumir, sin más, el riesgo de romper nuestras ataduras con el sistema.

Esta concepción de las Humanidades Digitales, que lleva implícita un pensamiento filosófico, pero sobre todo ético, convive con lo que también son las Humanidades Digitales en la actualidad: un campo institucionalizado, formalizado y jerarquizado, con el que entra en conflicto. Si el lector es neófito en este ámbito, y es la primera vez que se adentra por el territorio de las Humanidades Digitales, ha de saber que las Digital Humanities constituyen hoy un ámbito institucional: con sus departamentos, grados y posgrados, asociaciones, comités ejecutivos, políticas de gestión, y un largo etcétera. Las Humanidades  Digitales,  por tanto, son también estructuras de poder, políticas de gestión, criterios de inclusión y exclusión, intereses geopolíticos y culturales… Ya lo dijo Foucault, toda institución implica la construcción de un discurso legitimador y la consolidación de una estructura de poder que define las relaciones entre sus sujetos.

Es en este contexto en el que las Humanidades Digitales se configuran como escenario de intensos debates -globalidad versus prevalencia territorial, diversidad e inclusividad cultural, identidades lingüísticas vs lingua franca, modelos vacilantes de representación y gestión…-, que son fiel reflejo de las tensiones que convulsionan nuestro mundo contemporáneo. Así pues, la reflexión, los cuestionamientos críticos y las posibles alternativas que se propongan en el seno de las comunidades de Humanidades Digitales para lograr una mayor equidad e integración de las diferencias y las idiosincrasias culturales, o para alcanzar una mayor transparencia y ejercicio democrático, o una mayor horizontalidad en la distribución del conocimiento, pueden ser importantes para la definición de líneas de actuación y de pensamiento extrapolables a otros contextos y escenarios.  Es por ello que el discurso crítico, el desvelamiento de los intereses subyacentes, la reflexión sobre las nuevas formas de la desigualdad y el desequilibrio, sobre los nuevos regímenes de la exclusión, sobre las nuevas modalidades del poder…  en el contexto de las Humanidades Digitales y en el ámbito de la sociedad digital en general, también han de formar parte de las responsabilidades del humanista digital en su compromiso con el hombre y el mundo.

No olvidemos que si algo continúa definiendo a nuestra sociedad contemporánea es su gusto por la banalización y la espectacularización, las dos caras de una misma moneda que no hacen más que expresar la resistencia del individuo a pensar las cosas desde su complejidad intrínseca.  Sinceramente confío en que este libro editado por Esteban Romero y María Sánchez contribuya a evitar que las Humanidades Digitales transiten por estos vericuetos y ayude a comprender mejor la profunda transformación que estas representan.

Referencias

Marías Franco, F. (2013). El Greco. Biografía de un pintor extravagante. Madrid, Nerea, p. 13.

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