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Puede  saber más sobre el tema en el blog El museo demediado.

Nos encontramos sumergidos en el meollo de la memoria contemporánea: el acceso de toda realidad, ya sea cosa, forma u obra, a la categoría modular de fuente; en otras palabras, a la categoría de ser líquido virtual y funcional.

A. Renaud: “La memoria y el universo digital”, Museum, 215, (2003), pág. 15

 

Uno de los grandes atractivos del procomún es su anacronismo. Se trata de un término profundamente vinculado a una sociedad muy jerarquizada, en la que los comunes conservaron cierto equilibrio. La existencia de estos bienes sirvió para mantener y alimentar a una extensa clase social sin ningún otro tipo de patrimonio. En España, la codificación de los comunes se remonta al Libro de las Siete Partidas de Alfonso X, dónde se identifican con “cosas que comúnmente pertenecen a todas las criaturas del mundo (aire, aguas de la lluvia y el mar y su ribera); cosas que pertenecen a todos los hombres (ríos, caminos públicos y puertos); cosas que pertenecen a una ciudad o villa (fuentes, plazas, los arenales de los ríos, las correderas de los caballos y los montes y dehesas).” [1]

También en la Inglaterra del siglo XIII existió la necesidad de sistematizar los comunes, tal y como refleja Peter Linebaugh [2], quién expone cómo gracias a La Carta Magna y la Carta del Bosque, se establecieron las libertades de los individuos y los distintos usos del procomún estableciendo una relación entre los medios de producción y las libertades de los individuos.

El procomún está íntimamente ligado a una comunidad cuya organización no tiene por qué ser horizontal. De hecho, las primeras sociedades que legislaron acerca de él no lo eran. No existe un procomún idílico, como tampoco existen las sociedades perfectas. A pesar de eso, Elinor Ostrom [3] ha demostrado que los seres humanos interactúan para mantener el equilibrio, preservando esos comunes finitos a largo plazo. La colaboración de una comunidad implicada capaz de establecer reglas y resolver conflictos hace eso posible.

Existe un interesante debate jurídico y semántico en torno al concepto de procomún en el cuál no vamos a profundizar ahora. Basta decir que, no todos coinciden en la delimitación del mismo aunque parecen estar de acuerdo en una cosa: La gestión del procomún requiere de una acción colectiva y unos mecanismos de autorregulación diferentes de lo público y lo privado, aunque en ocasiones puede solaparse a ambos.

Se trata de un tercer modo de gestión relacionado con la ética hácker, una gobernanza en la que “singularidad y cooperación se hacen fundamentales en la construcción de cualquiera que sea el bien, la mercancía o el producto” [4]. Para Antonio Negri lo común surge de una demanda social que puede ser de origen variado (bien material, alimentos, la paz, la felicidad, conocimiento, etc.). Sin embargo, es “a partir de la singularidad que se explica el procomún” [5]. Esa singularidad insinúa la existencia de un individuo independiente pero cooperante que forma parte de la multitud capaz de crear un producto gracias a la pasión, la imaginación y el intelecto. Porque lo común se construye y se mantiene desde el reconocimiento del otro.

En la actualidad, desde la esfera de las cosas a la de los bienes simbólicos, todo tiende hacia la práctica informacional. El dominio de lo digital ha hecho posible el surgimiento de las llamadas Sociedades del Conocimiento. Se ha constituido un enorme ecosistema numérico donde intercambiar información y generar redes participativas y dinámicas, un conjunto de nodos autónomos –singularidades- relacionados unos con otros en red.

A su vez, estos flujos de conocimiento se han convertido en un importante activo explotado ventajosamente por grandes oligopolios. Teóricos como Yann-Moulier Boutang o Lazzarato (Revista Multitudes) afirman que el nuevo capitalismo se basa en la acumulación de activos de conocimiento, explotados ventajosamente en forma de propiedad intelectual. Existe un insaciable deseo por registrar y patentar tanto bienes inmateriales (software, contenido) como materiales (semillas, productos farmacéuticos, biotecnología), muchos de los cuales se habían considerado como no apropiables hasta el consenso de Washington. Los nuevos monopolios, favorecidos desde el Estado, son los principales impulsores de sucesivas reformas legislativas que amplifican los plazos de protección intelectual e invaden los espacios del dominio público -sometido al dominio del Estado, pero no objeto de su propiedad-.

Esta reprivatización ha supuesto que comience a hablarse de un segundo movimiento de cercamiento [6] y que surjan alternativas legislativas más acordes con los modos de producción y consumo entre iguales. Todo ello afecta al debate en torno al concepto del procomún que adquiere nuevos matices éticos. El conocimiento como instrumento dinamizador de la sociedad es un bien cuyo valor aumenta cuanta más gente lo comparte.

El museo constituye una parte muy importante de ese conocimiento, aunque en su origen no siempre eso se refleje claramente.

“Los herbarios y los tratados sobre historia natural que surgieron durante los siglos XV y XVI, aunque aún mezclaban fábulas y conjeturas con los hechos, constituían claras etapas hacia la descripción de la naturaleza: sus admirables pinturas aún lo atestiguan, y los libritos sobre las estaciones y la rutina de la vida diaria iban en la misma dirección.”[7]

Uno de los primeros en tratar el tema del museo como procomún fue Lafuente, [8] quién habla del museo de ciencias ilustrado como casa de los comunes. En su artículo desarrolla tres puntos: los objetos procedentes de todo el mundo, que pertenecían a todos y a nadie; el trabajo colaborativo de la comunidad de científicos en torno a ellos y la consideración del museo como aula.

Por su parte, Ostrom y Hess [9] afirman que estos «almacenes democráticos» custodios de bienes en dominio público requieren una doble consideración como procomunes. Por un lado, la institución y los artefactos que contienen nos remite a su naturaleza material finita; y por otro, el conocimiento en ellos depositado, alude a lo intangible, un tipo de bien que requiere de continuas aportaciones para persistir.

No son los únicos que defienden este hecho, aunque la visión que plantean Edson y Cherry [10] del museo como institución del procomún está más orientada al mundo digital. En su opinión, deberían tener bases de datos unificadas y abiertas, un diseño amigable, documentos multiformato, imágenes en alta resolución y usar un software de código abierto. Existen ejemplos de todo eso, aunque lo cierto es que aún no son muy numerosos. Europeana inició el debate en torno a los commons culturales en 2011. De sus reuniones emergió una idea, convertir el procomún cultural en una realidad. Ya se han dado algunos pasos con la liberación de grandes cantidades de metadatos y de imágenes al dominio público mediante el uso de las licencias cero.

La filosofía del procomún y la política relacional de las redes participativas están en consonancia con la misión del museo definida por el ICOM [11] y tiene su razón de ser porque sobre estos bienes se edifica nuestra cultura. Ninguna idea surge de la nada y la imitación es nuestra forma natural de aprendizaje.

Referencias

  • [1] Alfonso X, el Sabio: El libro de las Siete Partidas. Título 28: “De cómo gana hombre el señorío en las cosas de cualquier naturaleza que sean.”
  • [2] Peter Linebaugh: El manifiesto de la Carta Magna. Madrid: Traficantes de sueños, 2013
  • [3] Elinor Ostrom: “El gobierno de los bienes comunes desde el punto de vista de la ciudadanía”. En Silke Helfrich (Coord.). Genes, bytes y emisiones: bienes comunes y ciudadanía; El Salvador: Fundación Heinrich Böll, 2008
  • [4] Antonio Negri: La constitución de lo común. II Seminario internacional de Capitalismo Cognitivo. Economía del conocimiento y constitución de lo común. Rio de Janeiro (2005).
  • [5]Íbidem
  • [6] James Boyle: “The second enclosure movement and the construction of the Public Domain”, 2003 <http://james-boyle.com/ > [Consulta: 10.5.2010]
  • [7] Lewis Mumford: Técnica y civilización. Madrid: Alianza, 1987, p. 46
  • [8] Antonio Lafuente: “El museo como casa de los comunes. Nuevas tecnologías y nuevos patrimonios”; Claves, 157 (2005), pp. 24-31
  • [9] Elinor Ostrom y Charlotte Hess: Understanding Knowledge as a commons. From Theory to Practice. MIT Press, 2007
  • [10] Michael Edson y Rich Cherry: “Museum commons: Tragedy of enlightened self-interest”; Museums and the Web, 2010: Proceedings, Denver (Colorado): Archives & museums informatics.
  • [11] “Un museo es una institución permanente, sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y abierta al público, que adquiere, conserva, estudia, expone y difunde el patrimonio material e inmaterial de la humanidad con fines de estudio, educación y recreo”. En ICOM, 22º Asamblea de Viena, 2007.

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