La #GrinWeek 2014
Cuando Chesterton (1974-1936) quiso ser pintor, con 19 años, entró de lleno en un ambiente decadente, egotista y pesimista, que estuvo a punto de arrastrarlo. Su afición a la narrativa –especialmente, el optimismo de autores como Dickens, Whitman, Browning y otros- le animó a romper con aquello, comprendiendo que cualquier aventura, especialmente la aventura de la vida –para serlo verdaderamente-, está llena de condiciones y limitaciones, al tiempo que debíamos estar profundamente agradecidos por el don de la vida. Acabó dedicándose al periodismo, la narrativa, la poesía y el ensayo de todo tipo -principalmente orientado hacia la crítica del mundo moderno-, pues tenía una amplísima cultura y una fabulosa memoria.
Chesterton poseía unas dotes extraordinarias para el análisis de cuanto veía, especialmente para advertir las últimas consecuencias tanto de los razonamientos como de las acciones humanas y su relación mutua. Comparó la vida con un misterio, con una especie de cerradura, cuya llave había que encontrar. La llave debía reunir determinadas condiciones: tener la posibilidad de superar el pesimismo, sin caer en el optimismo ingenuo; permitir disfrutar de la vida y de los bienes, sin hacerlos fines en sí mismos; debía ser reconocer en el prójimo a un igual y, por último, debía tener un equilibrio entre todas las facultades del ser humano, que debía vivir en libertad y sensatez, sin obsesionarse con romper limitaciones absurdas, pues son las limitaciones que paradójicamente, enriquecen y dan sentido a la vida: Como lo suelen hacer los chicos precoces, yo quise adelantarme a mi tiempo; como ellos, quise adelantarme, aunque fuera unos diez minutos, hacia la hora de la verdad. ¡Y todo para descubrir, a la postre, que andaba yo atrasado en unos mil ochocientos años! (Ortodoxia, Cap.1). Así, encontró que su propuesta existía ya desde hacía XIX siglos: era la respuesta cristiana y –atraído especialmente por el apasionamiento de San Francisco y el sentido común de Santo Tomás, autores que biografiaría más tarde- comenzó su acercamiento al cristianismo, aunque no se hizo católico hasta 1922, con 48 años.
Mientras tanto, desarrolló su filosofía de la sensatez: se dio cuenta de que las tradiciones era depositarias de un sorprendente grado de sentido común, mientras que el mundo moderno exaltaba lo nuevo por lo nuevo, en un afán de cambiarlo todo, que hacía más ricos a los ricos y llenaba la cabeza de la gente corriente de ideales atrayentes pero insensatos –como la confianza en sí mismo (superhombre), el progreso científico que nos traería un nuevo mundo, el crecimiento del Estado que de acuerdo con las grandes empresas creaba un sistema capitalista que establecía para la mayoría una nueva forma de servidumbre en una sociedad salarial, en vez de hacernos propietarios. Intuyó todos los rasgos de la postmodernidad a través de lo que vislumbraba en su tiempo.
Chesterton desconcertaba en el ambiente puritano de su época, por el sentido disfrutador que daba a todo lo que hacía, pero su sentido placer agradecido trascendía el materialismo del carpe diem. Tenía unas cualidades singulares: era muy simpático y divertido, en su trato y en sus escritos, llenos de agudeza en un estilo peculiar; fue siempre muy respetuoso: criticaba rigurosamente las ideas de los demás, sin atacar a las personas. Y no tenía enemigos a pesar de su incorrección política: en su día se hizo famoso criticando el imperialismo británico y defendiendo a los conquistados, pero aún hoy nos recuerda que el divorcio sólo es una superstición que arregla pocas cosas y no nos hace más felices. Aunque muchos lo consideran un conservador, cuando uno lo lee, siempre encuentra en él -quizá de manera paradójica- un auténtico rebelde.
Chesterton fue y es querido y admirado por personas de todas las tendencias políticas y sociales y traducido por editoriales de todo signo ideológico. Es muy famoso por sus citas, pero su profundo pensamiento es muy útil para el mundo de hoy, por su capacidad crítica ante los ideales que la sociedad tiene comúnmente aceptados, particularmente un orden social y económico que nos ofrece lujos, pero nos hace dependientes, una ciencia que promete la solución técnica de todos los problemas y un orden cultural que nos tiene entretenidos, mientras nos hace creer que pensamos por nosotros mismos. Chesterton pensaba que las paradojas ayudan a entender la vida: una de sus ideas principales es que el ser humano siempre está buscando su hogar, pero a veces, para encontrarlo tiene que dar la vuelta al mundo. También es paradójico que los planteamientos vitales de un autor de hace cien años cuadren perfectamente en el contexto de la ética hacker que –comenzando en el mundo de los informáticos- hoy se abre camino entre profesionales de diversos ámbitos: hay que recuperar la pasión, el sentido común, la creatividad la sensatez. Para glosar su pensamiento y aprender a pensar como él, se hizo el Chestertonblog.