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Vídeo con la entrega del premio y discurso
Discurso sobre la cultura digital y el humanismo
Es un honor para mí recibir este reconocimiento y especialmente tener la oportunidad de dirigirme a todos ustedes, a vosotros.
Nunca habría imaginado ser profesor universitario. Abandoné mis estudios de Filología Hispánica en 2001 con el argumento de que no deseaba ser maestro. La vida y la intuición me fueron guiando al mundo de empresa. Siguió un buen expediente, becas, un contrato inesperado. 2007 supuso un momento clave en mi trayectoria: tras medio año en la Comisión Europea, decidí que si iba a dedicar mi vida a la universidad quería hacerlo guiado por la curiositas, por la pasión intelectual. Esto me llevó a abandonar toda mi incipiente línea de investigación centrada en contabilidad y fiscalidad para trabajar en lo que me fascinaba en aquellos días, y aún en estos, las transformaciones sociales que las tecnologías digitales estaban propiciando. Quería convertir mis blogs, las redes sociales, Internet, los nuevos espacios de desarrollo vital, en el objeto de mi investigación.
En 2010 conseguí leer mi tesis doctoral tras arduos años de angustioso y absorbente dedicación. En 2011, poco antes de firmar mi primer contrato permanente, guiado de nuevo por la curiositas y por mi deseo de olvidar la soledad intelectual vivida durante la tesis, convoqué a través de las redes de nuestra universidad a todos aquellos que pudieran estar interesados en el empleo de Internet para la docencia y la investigación. Así nació GrinUGR (Grin, por Grupo de Internet), un espacio de reflexión crítica y de experimentación en torno al empleo de la tecnología en las Ciencias Sociales y las Humanidades, un artefacto abierto entre universidad y ciudad, distribuido y flexible, para la cultura digital.
Nunca hemos sido nada oficialmente en la UGR. Lo intentamos el primer año, pero personas con más experiencia y criterio lo rechazaron. Hicieron bien. Nunca más lo hemos solicitado. Hemos crecido libre y autónomamente, con la creatividad y la audacia de la escasez y con el talento de todos los que han contribuido más activamente en el proyecto, acompañados siempre por el reconocimiento de varios miles de personas que han hecho suyas nuestras propuestas. La última de ellas, por citar un ejemplo, la visita del director del laboratorio de social machines del MIT Media Lab la semana pasada.
Si ahora giro la vista atrás, percibo hoy con más vértigo que ayer el riesgo que asumí en 2007, cuando la mayoría de apuestas eran adversas en un campo de investigación que poco tenía que ver con lo que se había trabajado desde mi área de conocimiento.
Hoy tras muchas horas de vida empleadas, el balance es certeramente positivo: crecimiento, goce intelectual, rédito académico, amistad, un feliz agotamiento.
Horas que han girado y giran en torno a la cultura digital y sus amplias manifestaciones, en un esfuerzo continuo por acercar estas problemáticas a las diversas disciplinas en nuestra universidad, en la ciudad y a través de Internet a cualquiera que se haya querido acercar. De este empeño, desde la pasión y el activismo, me gustaría compartiros algunas de las lecciones que he aprendido:
- La cultura digital no entiende de disciplinas, es tan ancha como la realidad misma. Vivimos tiempos híbridos. Tiempos de conexiones y redes. El origen de Internet y la Web siempre ha tenido como motor la conexión del saber científico, del conocimiento generado por la Humanidad: así, el Mundaneum de Paul Otlet, el cerebro mundial de HG Wells, el Memex de Vannevar Bush, Internet y el desarrollo de la Web por Tim Berners-Lee. Lo digital contribuye a tejer el desafortunado desgarro entre saberes científicos y humanísticos. No es una nueva controversia. Valga recordar el ensayo de Charles Percy Snow “Las dos culturas” de 1959. O la inmensa figura de Bertrand Russell o las llamadas del físico Ilya Prigogine, entre otros, a favor de una nueva alianza que supere la creciente parcelación y ultraespecialización del conocimiento.
- Lo digital representa una oportunidad para la transparencia y para una cultura más abierta y accesible. En red el escrutinio público de nuestra actividad profesional se convierte en un nuevo imperativo categórico: “actúa como si cualquiera pudiera observar tu trabajo: tus clases, tus conferencias, tu investigación”. Surgen nuevas formas de ciencia más abierta, más enriquecida, formas de ciencia ciudadana. Nuevas maneras de estar y participar de lo público. Hoy mil lecturas revisan artículos en Wikipedia, liberan datos, controlan gobiernos. No sólo el Gran Hermano nos observa, también nosotros tenemos el poder para apropiarnos de la tecnología, defendernos y movilizarnos.
- La red articula nuevas formas de colaboración. El cerebro mundial que imaginara HG Wells ya existe. Eric Schmidt, CEO de Google, admite que Internet es una de la pocas obras del ser humano cuya complejidad nos sobrepasa, que no somos capaces de entender. La red nos revela la propia complejidad humana. Una red, multiples redes. En un futuro no muy lejano representará una economía de mayores dimensiones que la puramente física, regida por leyes distintas a las que ahora conocemos.
- La cultura digital nos enseña que no hay una vida real y otra virtual, ni siquiera existe una dicotomía entre lo físico y lo digital. Todo es uno, parte de un continuo. La realidad debe ser repensada. Los prejuicios deben ser desafiados. La complejidad y la incertidumbre constituyen el signo de nuestro tiempo. Aprendamos juntos a navegar contracorriente en el corazón de las tinieblas, pues la suma de oportunidades que nuestro tiempo nos ofrece es al mismo tiempo inconmensurable.
Nuestro deber es formar e investigar en las procelosas aguas de esta tempestad y ayudar a emancipar intelectualmente a nuestros estudiantes para que sean capaces de navegar en mares aún no nacidos. Como en una buena novela negra, en el relato de la revolución digital de nuestro tiempo es más importante la construcción de los personajes, que el propio desenlace de una compleja trama. El impacto de lo digital en estos últimos 20 años ha dejado más bajas que Dashiel Hammett en Cosecha Roja. Nosotros, académicos, aún estamos tratando de comprender cómo se gestó el crimen, cuáles han sido las bajas, a qué adversario nos enfrentamos si es que acabamos admitiendo que existe un caso.
La vida académica en estos términos ha sido para mí un hallazgo inesperado. Cualquiera que ame esta vocación sabe que cubiertas sus necesidades vitales podría entregarse a este quehacer por amor al arte. En mi caso, amo comunicar y encontrarme con el otro a través de la reflexión y de la búsqueda. Y quiero aprovechar aquí para recordar a dos compañeros que nos dejaron recientemente: Paco Muñoz, a quien vi en una mesa redonda que organizamos sobre aprendizaje digital días antes de que nos abandonara, y a Juan Carlos de Pablos, que nos regaló en sus últimos años un trabajo revelador sobre la vida y obra de Chesterton a través de su blog.
Nuestro trabajo, a veces puesto en cuestión, es al tiempo una vocación absorbente como bien saben aquellos con los que convivimos y a quien tanto agradezco su paciencia, Marianela, mis padres, mi abuela.
Pekka Himanen, al hablar de la ética del trabajo de los hackers, nos recuerda que la ética del trabajo académico es quizá el único referente. Compartimos valores: la pasión, la libertad, el compromiso social, la creatividad, la respondabilidad… Así pues, la cultura digital nos debería resultar algo propio, somos hackers.
La mayor parte de las problemáticas que implican tecnología revisten un componente cultural. Es más fácil dar ordenadores que cambiar una cultura de trabajo, que repensar una pedagogía. Confundimos plataformas con innovaciones. Solemos fallar en las estrategias. Es por ello que las ciencias sociales y las humanidades son indispensables para afrontar una reflexión crítica de los fenómenos tecnológicos. Lejos de una visión determinista en este momento de tranformación histórica, sólo la apropiación de la tecnología puede devolvernos el poder. Somos creadores, somos makers, programamos nuestro software, imprimimos nuestros diseños, creamos nuestra realidad. Lo que hemos aprendido en el espacio digital ahora se filtra a las calles y las plazas: nos creemos por fin capaces de apropiarnos de nuestro entorno.
Las Ciencias Sociales y las Humanidades han de ser también digitales si quieren seguir siendo. Participamos en la construcción de un nuevo paradigma de conocimiento en el que ingenieros, científicos, humanistas, han de trabajar juntos. Ese ha sido nuestro empeño en estos últimos 4 años.
Y este discurso humanista es el que quiero finalizar reivindicando.
La cultura digital es ante todo cultura, la interfaz que nos hace seres sociales, seres políticos, el éter en el que nos movemos, el agua que David Foster Wallace señalaba como un medio invisible que dejamos de percibir.
En tiempos de desprestigio de lo común, de menosprecio a la cultura, de desatención a la educación, reivindico por los viejos y nuevos medios la rebeldía del valor de lo público, de la capacidad crítica, de la emancipación intelectual. Me muestro harto de que mis estudiantes ahora se conciban como clientes o de que mis compañeros y compañeras más jóvenes acumulen infructuosamente méritos en camino a ninguna parte. Nos queda la rebeldía del pensamiento, la reivindicación de la utilidad de lo inútil como resistencia frente a un mundo cada vez más utilitarista; del trabajo intelectual que desde la libertad es capaz de dibujar nuevos proyectos, avanzar en el conocimiento, alimentar indispensables activismos. Deberíamos ser la piedra en el zapato del conformismo y el acomodamiento. Nuestro privilegio y nuestro deber como universitarios es el de mostrar a la sociedad que, como señalaba Bertrand Russell, “la vida mejor es aquella en la que los impulsos creativos representan la mayor parte y los impulsos posesivos la menor”. Porque “los bienes intelectuales y espirituales no pertenecen en exclusiva a ningún hombre”. Son parte del procomún, legado humano que se ha ido construyendo desde el inicio de la civilización. Nos levantamos a hombros de gigantes. Desde hace miles de años, generación tras generación hemos conservado la memoria del empleo del fuego. No hay posesión de los bienes culturales, decía Russell hace 100 años, “porque no hay una cantidad determinada que compartir; cualquier incremento en cualquier parte tiende a producir un incremento en todas partes.” Y esta verdad nos parece ahora evidente en nuestra sociedad digital. Podemos ser ricos en posesiones, podemos ser ricos incluso en bienes culturales libremente accesibles, pero el conocimiento solo puede ser obtenido por el esfuerzo disciplinado y perseverante. Por la voluntad última que guía al ser humano emancipado. Como manifiesta el filósofo francés Jacques Rancière: “Quien enseña sin emancipar, atonta.”
Investigar sin convertirnos en maestros es una suerte de coitus interruptus. Señala Steiner que “Los buenos profesores, los que prenden fuego en las almas nacientes de sus alumnos, son tal vez más escasos que los artistas virtuosos o los sabios.” Así, “La mala enseñanza es, casi literalmente, asesina y metafóricamente, un pecado.”
En agradecimiento a esta vocación, que espero poder seguir ejerciendo, finalizo con esta reveladora epifanía de la novela de John Williams, Stoner, emocionante relato de la vida de un profesor universitario:
“Pero, ¿no lo sabe usted, señor Stoner? “, preguntó Sloane. “¿Aun no se comprende usted a sí mismo? ¡Usted va a ser maestro!”
De repente Sloane parecía estar muy lejos, y las paredes del despacho retrocedían. Stoner se sintió a si mismo suspendido en el aire y oyó su voz preguntar: “¿Está usted seguro?”
“Estoy seguro,” dijo Sloane suavemente.
“¿Cómo puede afirmarlo así?¿Cómo puede estar tan seguro?”
“Es amor, señor Stoner,” dijo Sloane con mucho ánimo. “Está usted enamorado. Es tan simple como eso.”
Muchas gracias.
NOTA: las citas a George Steiner corresponden al libro Lecciones de los maestros, una obra indispensable para valorar el papel de maestro y discípulo a lo largo de la historia y la vocación de la búsqueda compartida del conocimiento. Las referencias a Bertrand Russell forman parte de su libro Ideas políticas. La cita de Rancière forma parte de El maestro ignorante, obra sobre la que recientemente he trabajado. La referencia a David Foster Wallace surge de su magnífico discurso Esto es agua (vídeo). Finalmente, el texto con el que concluyo la intervención corresponde a la novela Stoner de John Williams, un pequeño clásico recientemente puesto en valor.